viernes, setiembre 30, 2005

afilemos entonces

Me hubiera gustado que hubieses peleado por mí. Que me mostraras lo que necesitaba. Me hubiese reconfortado mucho.

Pero no se puede ir más allá de los caminos que no me quisiste mostrar.
Así que parto a otro rumbo en esta búsqueda de la plenitud.

Hay un cuento que dice que un leñador se preocupaba tanto en talar árboles que nunca afilaba el hacha. Tal vez eso me venga bien, encontrar un lugar en este denso bosque de personas, para afilar un poco el hacha y no desesperarme en vano tras árboles que sólo existan en mi deseo y no en la realidad.

martes, setiembre 20, 2005

maldita sea

Salté. Contra todos los pronósticos, lo hice. Sin fundamentos reales para pensar que iba a llegar al otro lado, igual lo hice. Vi lo que quise ver, lo que mi eterna y estúpida ansiedad por sentirme querido y aceptado quiso ver.

No es tu culpa. Para nada. Si apenas puedo esbozar una queja, es porqué no me paraste a tiempo... por qué me dejaste ir hasta el borde si vos ya sabías que no ibas a estar del otro lado esperándome. No sé si fue maldad o ignorancia, o ego, no lo sé.

Sé que como nunca me esforcé por llegar pero me olvidé de una regla de oro: abrirme a vos si veía que vos te abrías a mí. Me lo avisaron, me lo recordaron, pero yo hice oídos sordos. Las señales que no me diste no me importaron, sólo pensaba que en algún momento me retribuirías las mías. Qué iluso. Qué infantil. Todavía no lo puedo creer.

Y salté. Y caí.

No puedo levantarme, no entiendo cómo hice lo que hice, siento pena por mí mismo por haber hecho lo que hice, y no puedo levantar mi mirada más allá de mi propio fracaso. De mi propia resignación. Me siento muy dolorido, pero más que nada enojado conmigo. Porque no entiendo como si sabía que me estaba faltando el respeto a mí mismo seguía enceguecido con estar con vos simplemente porque así lo deseaba yo.

Y lo que es peor me quedaron dudas enterradas en el fondo cual si fueran estacas, que me cuesta mucho siquiera analizar. Lo que soy, lo valoro muy poco se ve, porque no necesitaría del exterior para sentirme vivo, para retroalimentarme. Qué fastidio todo esto.

No puedo terminar este post con demasiada esperanza, realmente no puedo, porque todavía me sangran las heridas de la caída, y me cuesta volver a subir para de nuevo saltar.

Porque no sería yo sino saltara nuevamente, el tema es hacerlo con fundamentos válidos en la realidad, y no en mis estúpidos sueños de tenerte a mi lado.

miércoles, setiembre 07, 2005

no muy lejos

Sentí impotencia, mucha impotencia.
El padre de un gran amigo tiene un estado de salud delicado y no muy claro para los médicos, pero no dudo de la lucha que estará librando él contra toda esta situación. Es una de esas personas talladas a la antigua, que viven en otra sintonía. En esa en la cual las cosas simples adquieren valor superlativo y reconfortantes. Pero cuando hay que poner el pecho contra las balas no hay lugar a dudas, se pone lo que haya que poner, cueste lo que cueste, y le guste a quien le guste.

Bueno, como decía, no está muy bien de salud, pero en otra esquina, a varias cuadras de esta persona, pero muy cerca nuestro, unos jóvenes se drogaban tranquilamente mientras caminan por la calle al tiempo que entonaban alguno de los cantos de estadio (o de baile) que lamentablemente se están quedando demasiado tiempo entre nosotros.

Que paradoja (para nada original, pero no por eso menos valedera), mientras algunos entablan una misión harto díficil, la de vivir, otros emprenden otra clase de lucha. La de desperdiciar el único bien que se nos da, que no es otro que la vida.

Recordé que de este tipo de injusticias está llena nuestra ruta, y que nos guste o no, no cabe otra que sufrirlas y dejarlas atrás. Entré a mi casa, sabiendo que nada podía hacer, y sabiendo que esta situación se repetía en más lugares de los que pudiera llegar a conocer y sentí pena, pero más que nada sentí impotencia, mucha impotencia.